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Autor: Mir y Noguera, Juan
Título: Rebusco de voces castizas.
Formato: 1 volumen
Páginas: 818
ISBN: 978-84-96012-65-3
Precio: 56.27 Eur.
Aparecido un año antes de su monumental Prontuario de hispanismo y barbarismo, el autor publicó este repertorio de voces que a su juicio merecían una especial atención por su condición de castizas.
PRÓLOGO del autor
Aunque la Real Academia Española, al acometer la valentía de formar su Diccionario, entró á velas tendidas en el mar inmenso de nuestra literatura, con el loable intento de consagrar sus fuerzas á la investigación de los tesoros del idioma patrio, en ella contenidos, sin dejar traza que no tentase, ni diligencia que rehuyese, según su posible; todavía, ora por no haber llegado á sus manos muchos libros llenos de precioso caudal, ora porque los registrados no lo fueran con la conveniente solicitud, gran copia de vocablos quedóse escondida en las entrañas de las obras clásicas, sin parecer en público, tal vez esperando ver algún día no lejano la luz, como de su riqueza, propiedad y provecho nos podíamos fundadamente prometer.
Leonería muy propia de españoles fué la formación del Diccionario. A semejante empresa Francia é Italia nos habían estimulado con ilustre ejemplo. La emulación sirvióles á los nuestros de espuela eficacísima, pues la de la honra es muy aguda. Pero el llevar al cabo con perfección la obra, no era posible menos, sino que había de poner en grandes apreturas la constancia de los Académicos, si anhelaban sacar de golpe obra perfecta, por las casi invencibles dificultades que su desempeño ofrecía. Porque encerrar en la capacidad de seis volúmenes el inmenso del idioma español, acompañado cada término con la correspondiente autoridad, era como poner puertas al mundo. Innumerables vocablos se les hubieron de ir de vista, por más autores que examinasen, por más bibliotecas que trasegasen, por más escritos que revolviesen, si en especial su intento era presentar á la faz de las naciones un cuerpo de Diccionario que pudiera apostárselas á los más calificados en propiedad y riqueza de voces. Mas al fin tuvieron que amainar las velas de su pretensión, no porque les faltasen bríos, sino porque era tan copiosa la mies, que no bastaban brazos á ensilarla; con que tras largas fatigas se resignaron á dejarla á medio coger, fiados en que otros braceros arrimarían en lo porvenir el hombro al trabajo, pues no les cabía en elpensamiento que cosecha tan rica pudiera yacer trasañejada centenares de años por incuria ó ingratitud, con mengua del acrecentamiento del castizo romance.
Pues porque los primeros trabajadores no hicieron sino entrar en el ensayo de la tarea, abriendo á los venideros camino, sin lozanearse de haber llegado al colmo de la perfección, como ellos mismos de plano lo confesaban; por eso no es mucho que hayamos nosotros querido hacer nuestros pinitos por cooperar á la intentada empresa, viendo, al cabo de dos siglos, la viña no tan menudamente vendimiada, que no dé lugar á algún provechoso rebusco. Motivo eficaz, que nos alentó á la fatigosa investigación, fué el contenerse la parte más escogida de la lengua hispana, no en tratados científicos ajenos del USO común, no en poesías de vuelo heroico, donde suele hacer el autor alarde ostentoso de primores lingüísticos, sino en obras populares, enderezadas á la enseñanza del vulgo; señal manifiesta de haber sido los tales vocablos inteligibles al pueblo español, notorios y.familiares, cuando los autores en sus libros tan generosamente los derramaban. Porque si tantas dicciones, extrañas hoy á la noticia de los eruditos, están resplandeciendo en libros de uso vulgar; si los escritores al aplicarias tomábanlas de boca del pueblo; si en obras de estilo fácil y casero las vemos campear; si las más de ellas hallárnoslas en sermonarios, donde no puede el orador inventar términos, so pena de pasar por forjador intempestivo, como quien debe allanarse á los recibidos del pueblo; si ello es así como digo, muy á las claras verá cualquiera, que la autoridad de un solo escritor equivale en nuestro caso á la de muchos, mejor digamos, á la común aprobación del pueblo español, que escuchando en tendía, en tendiendo apreciaba, apreciando saboreaba, saboreando sentía suavidad y regosto en el percibir aquella novedad de palabras tan gustables y propias suyas.
Pero más espoleó nuestro ánimo á la rebusca la muchedumbre de libros, que no su condición popular. Por docenas puédense guarismar los pasados en silencio por la Real Academia, de solo el reinado de Felipe III, que fue la época dorada del romance español. La riqueza de elocución en ellos acaudalada, la gallardía de frases, la viveza de modismos, la galanura de vocablos, son impulsivos eficaces, que á los codiciosos de primores solicítanlos á la cuidadosa pesqui.sa, principalmente cuando ven que la Real Academia se dejo trasolvidado un insumable caudal. Alargada, pues, la rienda al deseo de escudriñar dicciones, no técnicas, sino pertenecientes al uso común, dímonos á revolver libros nuevos no registrados por los hacedores del Diccionario. iCuál no fué nuestra sorpresa al descubrir que aun en las voces pesquisadas por los Académicos, había no poco que reparar? Nadie se admirará de que andando así á caza de vocablos cas.tizos, se nos vinieran ellos por sí á las manos con sólo extenderlas al libro del clásico autor. ¿NO será, pues, razón que se sirvan los eruditos poner los ojos en ellos, para que mejor les conste á todos la riqueza y fecundidad admirable de la lengua española? Mas como no fuese hacedero tener á mano los libros todos de aquella edad, no es tampoco de maravillar que se nos hayan escondido gran cantidad de voces, entre las que fuimos desatesorando de las obras clásicas para conoci.miento de los españoles. Así que corta es nuestra labor de unas dos mil palabras, comparada con la de aquellos ingeniosos escritores de los siglos XVI y XVII, que inventaron voces tan nuevas, castizas y significadoras, cuan olvidadas de losmodernos, poco aficionados á la cultura de los antiguos.
El deseo de hacer á los más aficionados partícipes de eso poquito que contiene nuestro REBUSCO, nos ha puesto en la mano la pluma. Cierto, á quien hojee los vocabularios modernos, le causará extrañeza ver con qué facilidad los publican sus autores, sin atendencia á enriquecerlos con palabras propia.s del idioma, sólo atentos á desempeñar su oficio con colmarlos de voces técnicas y exóticas, en tanto grado, que no Diccionarios de la lengua, sino Prontuarios enciclopédicos afectan ya ser los presuntos Lexicones. Entre tanto, la lengua castellana, la más rica del orbe, vive en suma pobreza, por cuanto los publicadores de vocabularios no tratan sino de revezarse en la tarea de copiar unos de otros, cual si el romance español hubiese rematado cuentas con las voces por ellos divulgadas, con ser así que si hubieran ellos de aparvar las esparcidas en los libros del siglo XVII, quedaríanse asombrados, no tan sólo de la común indolencia, mas también de su propio descuido, á cuya cuenta deberá en parte ponerse la general ignorancia de innumera.bles términos, corrientes en la edad de oro, inusitados de tres siglos acá.
¿No es maravilla lo que pasa? La nación, que enseñó su lengua á casi todas las naciones del mundo, ha perdido hoy casi tan por entero el habla, que ya no hace sino cotorrear ridículamente, sin apenas proferir voz que no sea propiedad de extranjeros idiomas. Sí; porque como hay siglos de gigantes, los hay también de pigmeos; como un tiempo fué de invención, otro viene imitación; como nacen á veces monstruos en las excelencias de la ingeniosidad, así corren días miserables en lo abatido de los sujetos. España, que de puro vieja se ha vuelto niña, bqué ha de producir hoy sino niñerías? ¿Qué ha de parlar sino lo que el vecino le enseña? Poco más de un siglo ha, arrancáronle casi de raíz la lengua, aquella lengua con que no sólo había recibido la paga de sus caudales y señoríos, sino aun dado alas al orgullo de sus vencimientos. Será por ventura temeridad, sacar parte de la nativa lengua al sol, para manifestar á los nacionales la gloria de los patrios blasones?
Porque si ellos porfían pertinaces, que para el gasto común faltan hoy vocablos á propósito, cuya necesidad los obliga á mendigar de puerta en puerta, aun yéndose á la rebatiña por Francia, Italia, Inglaterra, á trueque de no morirse de hambre; á eso podíaseles responder, que sin razón limosnean por ahí los .que tienen almacenados en las clásicas trojes bastimentos de victo y sustento seguro, que no hay hacienda con que pagarlos. ¿Qué pide el razonable discurso, sino que en vez de negociar con sudores ajenos, vivamos de los propios, metiendo las manos en la’ masa de familia? ¡Oh desgracia! Nadie se atreve hoy á escribir á lo castizo, que no le pongan el pico temerario en su amaneramiento, porque rehusó amoldar se á la jerigonza moderna, que es algarabía de galicismos y barbarismos, estruendo de palabras, que todas juntas hacen un caos confuso.
¿Qué razón habrá, pues, para defraudar hoy á la gente española de su herencia y propiedad de ayer? Menos razón hay para dejar el Vocabulario tan falto de necesarias voces, ocultas en libros de notoria autoridad, siquiera se les antojen peregrinas á los modernos. Antes al contrario, si la diligencia de un particular, hecha de corrida, dió por fruto tantas dicciones, nunca vistas en el Diccionario nacional, ¿no sería de desear llegasen á cuentos de miles, como ciertamente habrían ya llegado, á haberse cebado públicamente la codicia de buscarlas, á razón de duro por palabra nueva, en el espacio de las trece ediciones del Diccionario? Siempre será constante verdad, que la cosa clama á su señor, así como el alzarse con bienes ajenos, cual hacen los galicistas, se tachará siempre de desleal proceder.
Pero si el amor de la justicia fué el que más nos espole en la indagación de vocablos nuevos, a singular fortuna hemos de a.tribuir el haber podido consultar las primeras ediciones de las obras clásicas, donde no pudo meter mano la maña de los inclinados á desfigurar textos. A los pocos pasos de nuestro recreativo hojeo, dos linajes de voces se presentaron á Ia vista: las unas, totalmente nuevas, no registradas en el depósito del Vocabulario; las otras, nuevas tan sólo en alguna acepción particular, que por eso llevarán asterisco en el epígrafe de los artículos correspondientes. No hemos querido dejar tan en seco los dos géneros dichos de voces castizas, que no diligenciásemos de alguna manera la significación de su concepto. Para mejor explicarle, ha sido menester acudir al Diccionario antiguo (vulgarmente llamado de.Autoridades), sin dejar de la mano el moderno de 1899, de la Real Academia, fiel intérprete de la lengua espanola, á ver si en él descubríamos exposición suficiente, que diera luz á la sentencia del clásico autor. Cuando el Diccionario no bastó al desempeño del sentido, hemos procurado tantear, mediante el contexto, la manera de explicación que pusiera mejor en SU punto la propiedad del vocablo. Esa explicación ofrecemos á los lectores, .no con ánimo de imponerla, i Dios nos guarde de tal presunción!, sino con intento de dar sencillamente noticia de la palabra, ofrecida por primera vez á los ojos del público. Si hemos errado en la verdadera significación de la voz castiza, cárguese la culpa á nuestra ignorancia, que no dió más de sí. Por causa de esto, de buena gana sometemos al dictamen de los críticos la interpretación insinuada por más probable, dejándoles entera libertad de sentir diversamente, y aun de llevar la contraria en materia controvertible.
Finalmente, hanos parecido insinuar la derivación de varias voces, en especial de muchos verbos, no sin fundarla en motivos, en dos particularmente, que son: el. ejemplo del Diccionario, el ejemplo de los clásicos. El Diccionario antiguo asentó muchísimos derivados sin apoyarlos en sentencias clásicas; las sentencias clásicas contienen muchísimos derivados que el Diccionario antiguo no asentó. ¿Será de maravillar hayamos nosotros presumido que muchísimos derivados pertenecen al idioma, por formarse según ley, aunque no los podamos comprobar con autoridades clásicas? Estas declaraciones y advertencias animan á conf’iar no faltará á este trabajuelo la benignidad de algún lector, de aquellos mayormente que por trasnochar sobre los libros clásicos, saben muy bien que no es arrojar novedad.alguna en el teatro de las letras modernas el poner en plaza mercancías tan gastadas en el siglo áureo de nuestra vastísima literatura. Para mostrar su benignidad con mayor gusto, ruégole al lector benévolo vuelva los ojos á los sudores de nuestros pasados; así verá cuánto debemos todos á su ingenio, diligencia y estudio. Si él ama el camino derecho, ‘por fomentar los aumentos del idioma patrio, hará sin comparación más que yo. Profundando la mina de oro beneficiará los ricos filones con más utilidad y acierto. Con esto verá, quédale abierta la entrada á cualquier discreto, que á fuer de tal quisiere corregir y mejorar lo aquí muy imperfectamente trabajado.
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